LAS ABARCAS DESIERTAS
Por el
cinco de enero,
cada enero
ponía
mi calzado cabrero
a la ventana fría.
Y encontraban los días,
que derriban las puertas,
mis abarcas vacías,
mis abarcas desiertas.
Nunca tuve zapatos,
ni trajes, ni palabras:
siempre tuve regatos,
siempre penas y cabras.
Me vistió la pobreza,
me lamió el cuerpo el río,
y del pie a la cabeza
pasto fui del rocío.
Por el cinco de enero,
para el seis, yo quería
que fuera el mundo entero
una juguetería.
Y al andar la alborada
removiendo las huertas,
mis abarcas sin nada,
mis abarcas desiertas.
Ningún rey coronado
tuvo pie, tuvo gana
para ver el calzado
de mi pobre ventana.
Toda la gente de trono,
toda gente de botas
se rió con encono
de mis abarcas rotas.
Rabié de llanto, hasta
cubrir de sal mi piel,
por un mundo de pasta
y un mundo de miel.
Por el cinco de enero,
de la majada mía
mi calzado cabrero
a la escarcha salía.
Y hacia el seis, mis miradas
hallaban en sus puertas
mis abarcas heladas,
mis abarcas desiertas.

Llegó
con tres heridas
Llegó
con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con
tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con
tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.
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Miguel Hernández Gilabert (Orihuela, 30 de octubre
de 1910 - Alicante, 28 de marzo de 1942) fue un poeta y dramaturgo de especial
relevancia en la literatura española del siglo XX. Aunque tradicionalmente se
le ha encuadrado en la generación del 36, Miguel Hernández mantuvo una mayor
proximidad con la generación anterior hasta el punto de ser considerado por
Dámaso Alonso como “genial epígono de la generación del 27”.
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Fuente: Imágenes Google