miércoles, 21 de diciembre de 2011

*/ Galería Cósmica / Mirada Hubble Al Universo

La magnitud del universo impresiona por sus infinitas

dimensiones, que desconocida para el ser humano,

no alcanza en su arrogancia a vislumbrar lo

mínimo que somos.


Las siguientes son las diez mejores imágenes

captadas desde el telescopio Hubble en sus

casi 20 años explorando las profundidades

del universo.

Una muestra de sobrecogedora y misteriosa

belleza que nos lleva a reflexionar acerca de

la infinitud del cosmos, del cual apenas si somos

una minúscula partícula. Una minúscula partícula

de polvo cósmico a los pies del Creador

La galaxia Sombrero
a 28 millones de años luz de la tierra,

tiene 800 billones de soles y mide 50.000 años luz



La Nebulosa Hormiga

Una nube de polvo y gases, parece una hormiga

vista desde la tierra. Está en nuestra galaxia,

entre 3.000 y 6.000 años luz de la tierra.



La Nebulosa Esquimal

a 5.000 años luz de la tierra es llamada así

por su similitud con una cara rodeada

de un capucho. El capucho es un círculo

de cometas que salen volando de

una estrella moribunda.


La Nebulosa Ojo de Gato


La Nebulosa Reloj de Arena,

a 8.000 años luz, apretada en su centro

porque los vientos que la componen

están más débiles allí


La Nebulosa Cono

la parte que vemos aquí mide 2.5 años luz

(el equivalente de 46 millones de viajes a la luna)


Tormenta dentro la Nebulosa Cisne,

“un océano burbujeante de hidrógeno, oxígeno,

sulfuro y otros elementos” a 5.500 años luz

"Noche Estrellada"

Llamada así porque recuerda el cuadro

de Vincent Van Gogh, es un halo de luz alrededor

de una estrella en la Vía Láctea.


‘ojos amenazantes’

que en realidad son dos galaxias

en proceso de unirse en la constelación Canis Major,

a 114 millones de años luz.


La Nebulosa Trífido,

un criadero estelar a 9.000 años luz,

donde estrellas nuevas están naciendo.

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martes, 20 de diciembre de 2011

*/ Cambio Climático y El Fracaso De La Cumbre En Durban

El fracaso de las negociaciones en Durban, acelera el inicio de la catástrofe climática



Las negociaciones de clima de la ONU que culminaron el 11 de diciembre en Durban fueron un fracaso al socavar aún más el ya defectuoso sistema multilateral inadecuado que se supone debe servir para abordar la crisis climática, afirmó Amigos de la Tierra Internacional.



Los países desarrollados recurrieron a artimañas retóricas en lugar de actuar; no se comprometieron a reducir sus emisiones en forma drástica, algo que se necesita urgentemente; y retrocedieron en los compromisos previos para resolver la crisis climática.


El resultado de las negociaciones de Durban, catalogadas por algunos como un retroceso, de hecho significó:
*Que no hubo avance en acciones justas y vinculantes para reducir emisiones.
*No hubo avance en el fondo para el clima, que se necesita urgentemente.
*Aumentó la probabilidad de una mayor expansión de las falsas soluciones como el comercio de carbono.


*La destrucción del marco internacional legalmente vinculante para lograr acción para el clima sobre la base de la ciencia y la equidad.


Aunque los países en desarrollo ofrecieron resistencia a las propuestas destructivas que estaban sobre la mesa en Durban, el resultado final de Durban implica:


1. Una nueva "Plataforma de Durban" que demorará una década la acción para el clima — En lugar de implementar la hoja de ruta existente, ambiciosa y equitativa acordada en Bali hace cuatro años, en Durban se acordó un nuevo proceso para lanzar negociaciones para un nuevo tratado.


2. Un considerable debilitamiento del Protocolo de Kioto — El Protocolo de Kioto es el único marco internacional legalmente vinculante para que los países desarrollados reduzcan sus emisiones. Estos países son responsables del 75% de las emisiones en la atmósfera, a pesar de albergar tan sólo el 15% de la población mundial. El segundo período de compromiso del Protocolo de Kioto no ha sido formalmente acordado y solamente cubriría a la Unión Europa y a algunos otros países desarrollados.


3. Metas insuficientes de reducción de los gases de efecto invernadero — Estas promesas insuficiente de hecho implican que probablemente habrá un aumento neto de emisiones de ahora a 2020.


4. El paso de la carga de acción climática a los países en desarrollo que son los que menos han contribuido al calentamiento global — Además de disponer de menos recursos para combatirlo, ahora se enfrentan a la carga adicional de tener que llevar a cabo acciones de mitigación tanto de emisiones como de pobreza.


5. No hubo ningún avance en el nuevo fondo público adicional, tan necesario para medidas de acción y adaptación al clima en los países desarrollados para proteger a las comunidades vulnerables a los impactos climáticos — El Fondo Verde para el Clima fue aprobado pero carece de dinero e incluye una disposición de que podría permitir a las empresas multinacionales y actores financieros privados que accedieran directamente al fondo.


6. Aumento de la probabilidad de nuevas oportunidades para el comercio de carbono — Esta es una falsa solución a la crisis climática, y provoca la inacción en cuanto al clima, genera acaparamiento de tierra y desplaza a comunidades. Además podría contribuir a otra crisis financiera mundial.


"Los países desarrollados, encabezados por Estados Unidos, aceleraron la demolición del marco internacional mundial para la acción urgente y justa para el clima. Y los países en desarrollo fueron obligados a aceptar un acuerdo que podría ser un suicidio para el mundo", afirmó Nnimmo Bassey, Presidente de Amigos de la Tierra Internacional.


"En la víspera de las negociaciones de clima, cientos de familias en Durban perdieron sus hogares y sus vidas en las devastadoras inundaciones. Desde el Cuerno de África a Tailandia y Venezuela hasta el pequeño estado insular de Tuvalu, cientos de millones de personas están soportando la crisis climática que no provocaron. La falta de progreso en Durban significa que nos acercaremos más a un catastrófico futuro de 4 a 6° Celsius de calentamiento, lo que condenaría a la mayor parte de África y a los pequeños estados insulares a una catástrofe climática y devastaría la vidas y el sustento de varios millones de personas en el mundo", agregó.


¿Quién es el culpable?


Sin lugar a dudas, Estados Unidos, que en su momento no suscribió Kioto, ha sido el principal responsable de desmantelar el nuevo marco vinculante para la reducción internacional de emisiones. Países como Canadá, Japón, Nueva Zelanda, Australia, Rusia, y la Unión Europea en menor medida, se han alineado con Estados Unidos para reemplazar el acuerdo con compromisos insuficientes y voluntarios de reducción.


La Unión Europea, considerado como un líder climático y el salvador de las negociaciones de Durban, tenía una agenda repleta de promesas falsas. La UE fue un artífice fundamental de la poco ambiciosa "Plataforma de Durban" que postergará la acción diez años y generará un sistema más débil y menos eficaz que el Protocolo de Kioto. La estrategia de la UE en Durban fue dividir al grupo de países en desarrollo y obligar a las economías emergentes como India y China, que tienen cientos de millones de habitantes que aún viven por debajo de la línea de pobreza, a asumir responsabilidades injustas para combatir la crisis climática. La UE impidió el progreso al cerrar las peligrosas lagunas existentes en las metas de reducción y fue el principal motor de la iniciativa de ampliar el comercio de carbono destructivo.


La fuerte influencia de las empresas contaminantes y de otros intereses empresariales y financieros en las posturas de los gobiernos, es el motivo que explica el desastroso resultado en Durban. La presión y la influencia de estos grupos de interés socavan la capacidad de los ciudadanos comunes de hacer que los gobiernos se responsabilicen de las medidas que toman con respecto al clima y de sus posiciones en las negociaciones de clima internacional.


"Los gobiernos de los países desarrollados han conspirado para debilitar las normas que exigen que sus países actúen para detener el cambio climático, al tiempo que fortalecen las normas que permiten a sus multinacionales lucrar con la crisis", afirmó Bobby Peek de Groundwork/Amigos de la Tierra Sudáfrica.


"Tras haber rescatado a los bancos, los países ricos en las negociaciones de clima se negaron a comprometerse a aportar siquiera un dólar para el fondo de clima para los países en desarrollo. Insistieron en permitir que las empresas multinacionales y las élites financieras tengan acceso directo al Fondo Verde para el Clima, y presionaron para que se abrieran más posibilidades para la especulación a través de la peligrosa burbuja del mercado de carbono. Está claro a quién favorece este acuerdo y que no es precisamente al 99% de la gente de todo el mundo", explicó.


Propuestas destructivas


Muchos negociadores de países en desarrollo expresaron sus crecientes preocupaciones a medida que avanzaban las negociaciones. El Grupo de África (integrado por 54 países de África), más India, Venezuela, Bolivia, Filipinas, Tailandia, Malasia, Nicaragua y una serie de pequeños estados insulares todos hicieron fuerte presión en contra de las propuestas destructivas. Una de las voces más críticas, India, cedió en el último minuto a las demandas de Estados Unidos y de otros países desarrollados de que se excluyeran del acuerdo de Durban las disposiciones para asegurar un enfoque equitativo para combatir la crisis climática.


"Los gobiernos decepcionaron una vez más a la gente. Detrás del fracaso en Durban hubo una gran influencia de las empresas contaminantes y el poder desproporcionado de los países desarrollados. El ruido de los intereses ahogó las voces de la gente común en los oídos de nuestros líderes", afirmó Alejandro González, representante español de la delegación de Amigos de la Tierra Internacional durante las dos semanas de negociación en la ciudad sudafricana


"Está claro que en este momento nuestros gobiernos no pueden hacer la tarea que necesitamos que hagan. Sin embargo, fuera del centro de negociaciones, en nuestras universidades, nuestros lugares de trabajo y en las calles, han comenzado a surgir movimientos fuertes para construir un mundo justo y mejor. Es en este creciente movimiento –de trabajadores, mujeres, campesinos, estudiantes, pueblos indígenas, y otras personas afectadas por este sistema económico codicioso– donde podemos hallar esperanza de soluciones a la crisis climática", prosiguió.


¿Hacia donde se dirige el movimiento de justicia climática?


Amigos de la Tierra Internacional considera que necesitamos transformar radicalmente nuestra agenda de economía mundial para crear un mundo más justo y sustentable.


Los países desarrollados tienen una obligación legal y moral de pagar su deuda climática y de brindar fondos públicos adecuados a los países en desarrollo para que se desarrollen en forma sustentable y protejan a los más vulnerables de los peores impactos del clima.


Un acuerdo firme y justo de la ONU sobre clima es esencial, y para lograrlo vamos a trabajar junto a otros para fortalecer el movimiento por la justicia en todos los países y responsabilizar a los gobiernos para que se aseguren de que la política funcione para la gente y el planeta, y no para lucrar.


Fuente:


www.ecoportal.net



Amigos de la Tierra
www.tierra.org

miércoles, 30 de noviembre de 2011

* Las "GUERRAS CLIMÁTICAS" De Harald Welzer

“Tenemos una responsabilidad ineludible: desarrollar otra manera de vivir”



“La violencia en este siglo tiene mucho futuro”, escribe Harald Welzer en Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI (Katz). Nacido en Hannover en 1958, estudió sociología, psicología y literatura; actualmente dirige el Center for Interdisciplinary Memory Research, en Essen, y es profesor investigador en la Universidad de Witten-Herdecke.




En su libro Welzer ha sabido combinar sus distintos saberes para hacer un lúcido diagnóstico de la peligrosa deriva hacia la que el mundo se dirige: “Este siglo será testigo no solo de migraciones masivas, sino de la resolución violenta de problemas de refugiados, no solo de tensiones en torno a los derechos de agua y de extracción, sino de guerras por los recursos”.



Los subrayados son del propio Welzer, que apunta así a unos fenómenos que, en los últimos meses, han vuelto a instalarse en las primeras páginas de los diarios. Ya sea por catástrofes naturales, como el terremoto en Japón, o por iniciativas de las propias sociedades, como las revueltas en el mundo árabe, las grandes masas de seres humanos desamparados se imponen como una marca trágica de nuestro presente. “Una de las características principales de la violencia tal como la ejerce Occidente consiste en su esfuerzo por delegarla lo más lejos posible”, apunta Welzer en su libro. Lo que ha cambiado hoy es, sin embargo, eso: ya no hay afuera, vivimos en un mundo globalizado.



En Guerras climáticas, Harald Welzer consigue entretejer distintas reflexiones teóricas con bruscas irrupciones de la realidad. Su punto de partida es mostrar cómo los problemas exigen soluciones solo cuando se perciben como amenazas. Y es que cuando se trata del cambio climático lo que ocurre es que, de manera general, solo se concibe como un asunto secundario, lejano; algo que todavía no resulta verdaderamente problemático. Welzer evita cargar las tintas, tampoco es amigo de establecer fáciles y cómodas relaciones causales. Lo suyo ha sido levantar un ambicioso mapa de la complejidad en la que vivimos. Las vallas que se levantaron en Ceuta y Melilla, la larga línea de la frontera entre Estados Unidos y México vigilada con instrumentos de alta tecnología, las sequías catastróficas que ha sufrido Sudán entre 1967 y 1973 y entre 1980 y 2000, los 850 millones de personas que sufren desnutrición en el mundo… Las marcas de violencia real o potencial forman parte del paisaje de fondo sobre el que construye su discurso. “En las próximas décadas muchas sociedades entrarán en un colapso determinado por el clima”, afirma de manera rotunda, pero también subraya que “nadie cree realmente que eso vaya a suceder”. Esa ceguera ante, por así decirlo, un inminente apocalipsis se produce, según Welzer, por “la complejidad de las cadenas de acciones modernas” y por la “inimputabilidad de las consecuencias de esas acciones”.


Todo camina hacia el desastre, pero nadie se siente concernido, responsable de ese desastre. Y es que, seguramente, y tal como explica este brillante pensador alemán, cuando nos referimos a asuntos relacionados con el clima tratamos de asuntos peculiares: “Se responsabiliza a una persona que en el año 2007 tiene 40 años de un problema cuya causa se ubica cronológicamente antes de su nacimiento y cuya solución se localiza después de su muerte, por lo cual esa persona no puede tener una influencia directa ni sobre lo que causó el problema ni sobre su solución”.

Así están las cosas, pues. Y con ese panorama como referencia, y con la compleja trama de causas heredadas y conflictos por venir, tuvo lugar en Madrid esta conversación con Harald Welzer, un pensador atípico y radical, que sabe que las cosas se están embarullando cada vez más pero que también sabe que hay respuestas posibles. “Fuimos los occidentales los que inventamos este modelo –dice–. Nos toca a nosotros desmontarlo”.




Aunque pueda resultar una aproximación muy general y borrosa, me gustaría que empezara definiendo a grandes rasgos lo que está pasando.



El modelo de sociedad en el que vivimos desde hace casi doscientos años ya no funciona, está a punto de caducar. Es verdad que la crisis no se manifiesta con toda crudeza en los países europeos y Estados Unidos, que fueron los que desarrollaron el modelo económico y social que conocemos gracias a la explotación de otras áreas del mundo, directamente durante la época colonial y, más adelante, utilizando mecanismos indirectos. Con la globalización, sin embargo, no hay un espacio exterior que pueda sostener el crecimiento de la otra parte del mundo, no hay ya otros lugares que puedan explotarse. El cambio climático muestra que las cosas están alcanzando el límite: a este modelo, creo yo, le quedan veinte años.


Guerras climáticas empieza con una cita de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, donde se muestra al desnudo la crueldad de la colonización. ¿Es necesario volver a mirar aquel proceso para entender lo que está pasando?


A finales del siglo XIX y a principios del XX se produjeron los últimos procesos de colonización y conviene no olvidar que las democracias occidentales que hoy celebramos por sus márgenes de tolerancia y libertad se apoyan en realidad en una historia de exclusión, limpieza étnica y genocidio. Ya entrado el pasado siglo los procedimientos fueron cambiando y se ensayaron nuevas formas de dominación indirectas, a través de la economía, la posición geopolítica, el control de las infraestructuras, la influencia sobre los poderes locales… La explotación directa produjo violencia directa. Después los mecanismos de violencia se fueron camuflando y el poder se ejerció desde lejos. Las potencias explotadoras sacaron unas ventajas incomparables de esta situación. Sin los recursos que obtuvieron a través de esas rapiñas permanentes, e impunes, jamás hubieran podido avanzar tanto en educación, en el desarrollo intelectual de sus gentes, en la construcción de sus modélicas infraestructuras… Occidente goza, en ese sentido, de una gran ventaja en relación al resto del mundo.


Su libro comienza recurriendo a la imagen de un barco que, en su día, sirvió para el comercio de esclavos y que ha quedado varado en medio del desierto, a un par de centenares de metros de la costa de la actual Namibia. El nombre del barco es Eduard Bohlen y resume, de alguna manera, esa historia de ignominia. Los colonizadores no solo se llevaron a los esclavos: para derrotar a las tribus locales, asesinaron a mujeres y niños, dejaron morir de sed a poblaciones enteras, crearon campos de trabajos forzados...


No tiene sentido ampliar ahora esa metáfora. Me sirvió para mostrar de manera gráfica cómo nuestro mundo está hundido en la arena. Nuestro modelo de sociedad no tiene más de doscientos años, y en ellos ha alcanzado unas cotas de desarrollo como nunca se habían visto. Por eso miramos hacia atrás con una actitud compasiva hacia todas esas culturas y civilizaciones que no consiguieron sobrevivir. Lo que se nos olvida es que muchas de ellas duraron siglos. A nosotros nos han bastado doscientos años para estar hundidos.


Un barco que a principios del siglo XX encalló frente a las costas de lo que entonces era el África del Sudoeste alemana, y que hoy está semienterrado, le permite a Harald Welzer dar una imagen precisa de nuestra situación. El mundo, tal como lo entendemos, se está yendo a pique. El cambio climático es la llave para entender sus desafíos. “La humanidad no es un actor, sino una abstracción”, escribe el pensador alemán en Guerras climáticas, y añade: “Lo que existe en la realidad son sujetos que pueden contarse por miles de millones…”. Y son, por tanto, esos sujetos los que han de asumir los problemas heredados. El viejo recurso a las grandes palabras ha dejado de funcionar: si no hay respuestas concretas de los ciudadanos ante los nuevos problemas, la salida es cada vez más incierta.


La gran cuestión que Welzer plantea, en cualquier caso, es si somos conscientes de lo que sucede. Para hacerlo recurre, en uno de los capítulos del libro, a contar lo que ocurrió hace ya siglos en el Imperio romano de Oriente. Hacia el año 520 d.C., Constantinopla y otras ciudades sufrieron los efectos devastadores de varios terremotos, el Éufrates se desbordó y produjo otro reguero de desgracias y, en fin, hubo graves conflictos con persas, búlgaros y sarracenos, revueltas internas e, incluso, el cometa Halley pasó por allí para desencadenar diversos temores. Pero la gente, tal como recogen los testimonios de la época, no pareció demasiado alarmada.


Veinte años después, en el 540 d.C., el Imperio volvió a sufrir distintas catástrofes. Los búlgaros y los ostrogodos machacaron sus ciudades y sembraron la destrucción, hubo otros terribles terremotos y la peste llenó las ciudades de cadáveres, provocando una mortandad hasta entonces desconocida. Esta vez, en cambio, la reacción de los lugareños fue extrema: el pánico, el miedo y la alarma estallaron de manera fulminante y dramática.


¿Qué había pasado para que se produjera un cambio tan drástico, esa manera tan distinta de percibir y enfrentarse a las cosas? Cuenta Welzer, siguiendo a Mischa Meier, el gran historiador de la Antigüedad, que la respuesta es “insólita pero plausible”, y es que, hacia el año 500 d. C., la gente esperaba el fin del mundo y estaba preparada para lidiar con los efectos del Apocalipsis. Unos años más tarde, en cambio, las desgracias no parecían responder a causa alguna, no se contaba con ellas, irrumpieron sin haber presentado antes sus credenciales de destrucción. Escribe Welzer: “Las catástrofes no son simplemente sucesos dados, sino que depende precisamente de la impresión y la interpretación de los afectados el que se transformen en amenazas, o no”. Pasa también ahora, y pasa con un fenómeno como el cambio climático. De la manera de percibirlo e interpretarlo depende que se lo considere una amenaza. Esa amenaza que todo el mundo debería tomarse muy en serio.


Frente a los efectos de los cambios provocados por las emisiones constantes de gases de efecto invernadero, ¿hay muchas perspectivas de salida?


El cambio climático está modificando radicalmente nuestro mundo, y es inevitable que las poblaciones reaccionen ante estas transformaciones. Por pura necesidad de supervivencia. En ese contexto, recurrir a la violencia no puede ser la única opción. Hay otras alternativas: si son conscientes de su situación privilegiada, las sociedades occidentales pueden buscar otras formas de enfrentarse a estos problemas. Cuando cambian las circunstancias, no todo tiene que ser necesariamente negativo. Esos cambios pueden abrir nuevas perspectivas, pueden explorarse otras posibilidades. El hielo se derrite en el Ártico. Es evidentemente un problema, pero al mismo tiempo nos permite acceder a recursos antes inaccesibles o explorar rutas hasta ahora desconocidas. Es verdad, sin embargo, que se abre la competencia por apropiarse de los nuevos recursos y eso puede convertirse a su vez en una nueva fuente de conflictos.


Son muchas, y variadas, las causas que se encuentran detrás de los distintos conflictos que se están produciendo en este momento en el mundo. Llama la atención que, por primera vez, la ONU haya bautizado una de estas guerras como guerra climática.


Los problemas en Darfur proceden del cambio climático: la falta de lluvias provoca escasez de agua y las sequías terminan por devastar el suelo. No hay materialmente sitio para que pasten los ganados o para que los campesinos siembren sus cosechas. Así, los que se enfrentan en esa terrible guerra están peleando, en realidad, por recursos básicos. Por eso la ONU ha hablado de guerra climática. Conviene ser muy conscientes de que no siempre sirven para interpretar los conflictos, de hoy y del pasado, los elementos ideológicos, los étnicos, las estrategias políticas. Las cosas se analizan muchas veces cuando ya han dado un viraje y por eso la guerra de Darfur se explica en función de conflictos étnicos cuando lo que hay detrás es más relevante y se trata, simplemente, de una vieja disputa por recursos que son escasos. Lo mismo ocurre en el Congo, o en Oriente Medio si se tienen en cuenta los recursos fósiles, y seguramente también en América Latina.
En un libro que se centra en los conflictos que pueden derivar del cambio climático es fácil prever que en él se traten y se interpreten datos que tienen que ver con las modificaciones del medio ambiente, con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, con las toneladas de dióxido de carbono que soporta la atmósfera. Lo que sorprende en el fascinante ensayo de Harald Welzer es encontrar también los latidos de los seres humanos. Sobre todo esos latidos que golpean cada vez con mayor fuerza y que, de pronto, desencadenan el horror. No han pasado ni siquiera cincuenta páginas y en Guerras climáticas ya ha aparecido Heinrich Himmler, el jerarca nazi, con su discurso de Posen, donde dijo el 4 de octubre de 1943: “Teníamos el derecho moral, teníamos el deber frente a nuestro pueblo de matar a ese pueblo que quería matarnos a nosotros…”.

Está hablando del holocausto y lo está justificando: está diciendo que los alemanes tuvieron que matar a los judíos porque los judíos querían matarlos a ellos. Lo que Welzer va mostrando es cómo finalmente el ser humano tolera esa brutal violencia, cómo la justifican sus perpetradores, cómo terminan diluyéndola en una responsabilidad lejana que sostiene sus argumentos en el trabajo doloroso que no se tiene más remedio que hacer. El ensayista alemán escribe al respecto: “Pero fue precisamente el sentirse seres humanos que sufrían por la tarea que creían tener que cumplir lo que les permitió conciliar la imagen moral de sí mismos de ‘buen tipo’ con la crueldad de su trabajo”.


Welzer se ocupa de las brutalidades de los nazis, pero también analiza otras situaciones de extrema violencia, donde los que se vieron empujados a cometer crímenes horribles se justifican recurriendo a una interpretación distorsionada de la realidad. Así, por ejemplo, la matanza de My Lai, en Vietnam, donde los estadounidenses asesinaron a una población de ancianos, mujeres y niños. Cuando después les preguntaron en los interrogatorios por qué dispararon a niños y bebés, alguno contestó que temían ser atacados. “¿Y podrían haber atacado? ¿Niños y bebés?”, indagó el magistrado. Y el soldado contestó: “Podrían haber tenido granadas de mano. Las mujeres podrían haberlos arrojado hacia nosotros”.


“Una visión absolutamente irracional de la realidad”, asegura Welzer, quien habla de la “desorientación” de los estadounidenses en las selvas de Vietnam, de “una pérdida de control extrema”. Y así va avanzando en su libro, donde trata con todo detalle uno de los genocidios más recientes, el que se produjo en Ruanda entre abril y junio de 1994 y donde los hutus asesinaron, casi siempre con machetes, a entre 500.000 y 800.000 personas, la mayoría de ellos tutsis.


En su libro analiza distintas matanzas, y se pregunta cómo es posible que aquellos que habían convivido como vecinos sean capaces de matarse unos a otros. El caso de Ruanda es particularmente gráfico.


En la brutal matanza que los hutus perpetraron contra los tutsis pudo haber un trasfondo de escasez: de nuevo el problema de los recursos. Y es que cuando hay una tensión latente basta cualquier excusa para desatar una carnicería. Ocurre en todas partes. Si hay piratería ahora en Somalia no creo que el fenómeno tenga que ver con el afán de los jóvenes de la zona por emular a Johnny Depp. No es que haya triunfado Piratas del Caribe: lo que hay es miseria, y deriva de la sobreexplotación de los recursos pesqueros. Si ya no puedo vivir de la pesca, es más fácil que me dedique a asaltar los barcos que pasan por allí.


Si la violencia no siempre es la respuesta a los problemas de escasez, ¿por qué hay lugares y situaciones en las que emerge lo peor del ser humano?


Esa amenaza siempre está ahí, por alto que sea el nivel de vida que se haya alcanzado. Y se llegan a hacer cosas que nadie hubiera imaginado ser capaz de hacer. La Alemania de 1933 era un país muy desarrollado, con un nivel educativo muy alto. Si entonces se hubiera preguntado a sus habitantes acerca de lo que ocurrió después, la respuesta al despliegue de la violencia programada y devastadora que puso en marcha el Tercer Reich hubiera sido “no”; que jamás sucedería tal cosa, que era inconcebible. Pero ahí están los campos de concentración y los millones de muertos. Cuando se pone en marcha un genocidio, al poder que agita las matanzas no le resulta difícil reclutar voluntarios: hubo miles de hutus dispuestos a asesinar a machetazos a sus vecinos tutsis. El caso más cercano es el yugoslavo. Las inestabilidades sociales generan un enorme potencial para desencadenar los cambios más imprevisibles. Y, a veces, estos se producen.


En su libro sostiene que esos cambios imprevisibles van a producirse en distintos lugares a causa de fenómenos que tendrán que ver, de una manera u otra, con el cambio climático. ¿Luchar contra ese problema es, entonces, el desafío más importante en este momento?


No solo hay que hablar de cambio climático. Están las emisiones de dióxido de carbono, pero está también todo lo demás: la sobreexplotación de recursos que termina por acabar con la pesca, con la biodiversidad, con el suelo… Lo que no sirve ya es el modelo de sociedad. Y si fuimos nosotros los que lo creamos, nos toca a nosotros desmontarlo. A cada uno de nosotros. Hace falta cambiar de enfoque, desarrollar otra manera de vivir, otra economía, otra manera de mirarnos. Es una responsabilidad ineludible. Mientras vivamos en un mundo que se sostiene en la explotación de los recursos que están fuera de nuestras fronteras, a la manera colonial, estamos explotando el futuro de otros. Un futuro que, en un mundo cada vez más global, es también nuestro futuro.



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Harald Welzer. Nacido en Bissendorf, Alemania, 1958. Estudio sociología, ciencia política y literatura en la Universidad de Hannover, donde se graduó como sociólogo y psicólogo social. Actualmente es director del Center for Interdisciplinary Memory Research en Essen y profesor investigador en psicología social de la Universidad de Witten-Herdecke. En agosto de 2007, la revista Der Spiegel publicó una colección sobre científicos destacados en la que lo presentó ante el gran público como un "productivo pensador transversal". Sus principales áreas de investigación son los estudios sobre la memoria y el recuerdo, los modos de transmisión entre generaciones, la perspectiva psicológica sobre el Holocausto y los estudios sobre la violencia social.


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Fuente: Texto José Andrés Rojo



http://www.barcelonametropolis.cat/es/

* / galería / "ColombiAgua"

Ya son 108 los muertos en Colombia por los deslizamientos desde septiembre


Bogotá, 29 nov (EFE).- La cifra de muertos por deslizamientos de tierra
producidos por las lluvias que afectan a Colombia desde el 1 de septiembre
subió hoy a 108 con el fallecimiento de cuatro personas más, confirmó a Efe el
director de Socorro Nacional de la Cruz Roja, César Ureña.


Inundación en Yotoco


Invernaderos anegados


Desplazamiento invernal



"ChíAgua"



Agua en La Virginia-Risaralda



Mudanza en La Virginia



Vías en el fango



Transporte "pluvial"



Chía inundada



Chía bajo el agua



Agua y policía



El gobernador sin señal


*/ Harald Walzer y El Conflicto Climático Mundial

“Como resultado del modelo occidental de explotación del medio ambiente, los recursos
naturales se agotan cada vez más en numerosas regiones del mundo. Así cada vez mayor cantidad de personas dispondrán de
menores recursos para su sobrevivencia. El resultado: conflictos violentos
opondrán a todos aquellos que pretendan obtener alimentos de un mismo espacio
geográfico o beber de las mismas fuentes de agua. Dentro de poco, la distinción entre refugiados que huyen de las guerras y refugiados que huyen de su medio ambiente, entre refugiados políticos y refugiados climáticos no tendrá más valor, puesto que se multiplicarán nuevas guerras provocadas por la degradación del medio ambiente.”


-Harald Welzer en “Guerras Climáticas

miércoles, 23 de noviembre de 2011

*/ La Tierra Prometida...Para Compradores Extranjeros / Daniel Samper Pizano

China niega que esté comprando tierras, pero todos los informes dicen que sí.


El país ya entró alegremente en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que nos va a costar sangre, sudor y pollos. Ahora tiene que abrir los ojos ante una nueva amenaza: las empresas y gobiernos extranjeros que andan negociando tierras por el mundo.
La cosa es muy sencilla. Hace poco el planeta alcanzó 7.000 millones de habitantes. En 1995 padecían hambre y miseria 830 millones; ahora las sufren 1.000 millones. En el 2050 habrá 9.000 terrícolas y para alimentarlos será
preciso aumentar en 50 por ciento la actual producción de cereales y duplicar la de carne.
Buena parte de la población se asienta en pocos países: China, India, Rusia, Estados Unidos, Brasil... El problema es que la tierra productiva no está distribuida según las necesidades, por lo que algunas de estas naciones buscan buenas áreas agrícolas en países que las tienen, como algunos del África... y Colombia. Este es un nuevo desafío: impedir que las potencias demográficas adquieran en patio ajeno vastas extensiones para cultivar lo que les conviene, cosechar el producto y llevarlo para que coman sus pobladores.

La operación, por supuesto, se disfraza con palabras bonitas: "transferencia tecnológica", "creación de empleo", "multiplicación de riqueza", "el tren de la agricultura"... Usando léxico parecido, una empresa suiza convenció a Sierra Leona (paupérrimo país africano) de que le alquilara durante 50 años 40.000 hectáreas para producir biocombustibles. Prometía 2.000 nuevos puestos y aportes tecnológicos. Bastaron tres años para arrojar un balance lamentable: a cambio de escasos 50 empleos agrícolas, la empresa había destruido el equilibro hidrológico que procuraba arroz a toda la zona.

Basado en esta y otras experiencias, The Economist señaló (7 de mayo del 2011):
"Cuando se plantean negocios de tierras, al país receptor le ofrecen empleo, tecnologías nuevas, mejores estructuras y recaudos adicionales de impuestos. Ninguna de estas promesas se cumple".

A conclusiones aún más severas llega el informe que dio a conocer en septiembre
la fundación internacional científica Oxfam:
"La actual compra masiva de tierra está sumiendo a miles de personas en mayor pobreza"... La demanda "obedece al interés por producir comida para personas de otros continentes, por cumplir con los perjudiciales objetivos de combustibles o por especular con la tierra". Oxfam ofrece ejemplos. Uno de ellos es Uganda, donde la maderera británica New Forests compró bosques para explotar a expensas de miles de campesinos a los que "desalojaron a la fuerza y abandonaron en la más absoluta miseria".

Olvídense, si quieren, de Sierra Leona y Uganda: Colombia está en la mira. El
15 de mayo, Alfredo Molano informó en El Espectador que, autorizada por el
anterior gobierno, una firma canadiense está talando y exportando a la China 5
millones de metros cúbicos de maderas finas en las selvas del Chocó. A su
turno, los congresistas Wilson Arias y Hernando Hernández denunciaron el año
pasado que China y Brasil quieren adquirir tierras en Colombia y que en la
Orinoquia se adecuan terrenos para entregarlos a empresas extranjeras. "El
modelo Carimagua",
apuntan, en referencia a aquel que quiso imponer en un
predio llanero el ex ministro Andrés Felipe Arias: la tierra para los ricos.

China niega que esté comprando tierras, pero todos los informes dicen que sí.
Necesita producir comida para 1.300 millones de personas y solo podrá hacerlo
si expande su territorio agrícola a otros países. En cuanto a Brasil, su
poderosa industria agropecuaria está destruyendo la selva amazónica, y ahora
presiona una ley que corona al tractor como rey de la naturaleza.

Aunque otra ley blinda al país contra terratenientes internacionales, muchas
compañías brasileñas miran hacia Colombia como un potrero vecino, barato y
desprotegido.

Mucho cuidado, pues, con los redentores que se disfrazan de inversionistas en
tierras. Esos quieren montar en Colombia enclaves agrícolas neocoloniales.


19 de Noviembre del 2011

*/ galería /Los FRUTaNIMALES de Rob Foote



jueves, 17 de noviembre de 2011

*/ Disolventes Tòxicos En Relaciòn Con El Mal De Parkinson

Los trabajos y pasatiempos de toda la vida en que se empleaban estos compuestos químicos aumentaban el riesgo, según un estudio


La exposición al disolvente industrial tricloroetileno (TCE) parece aumentar mucho el riesgo de enfermedad de Parkinson, y la exposición a otros dos disolventes también aumenta las probabilidades de desarrollar el trastorno neurodegenerativo, indica un estudio reciente.

Hasta 500,000 personas tienen enfermedad de Parkinson en EE. UU., y cada año en el país se diagnostican más de 50,000 nuevos casos. Algunas investigaciones sugieren que factores genéticos y ambientales podrían desencadenar el Parkinson, y varios estudios han reportado que la exposición a los disolventes podría aumentar el riesgo.

En este nuevo estudio, investigadores de EE. UU. entrevistaron a 99 pares de gemelos mayores sobre sus ocupaciones y pasatiempos de toda la vida. La exposición al TCE se asoció con un aumento de seis veces en el riesgo de enfermedad de Parkinson. La exposición al percloroetileno (PERC) y al tetracloruro de carbono (CC14) también se asoció con un aumento en el riesgo.


El estudio fue liderado por investigadores del Instituto de Parkinson de Sunnyvale, California, y aparece en la edición del 14 de noviembre de la revista Annals of Neurology.


"Nuestros hallazgos, además de informes de caso anteriores, sugieren una brecha de hasta 40 años entre la exposición al TCE y el inicio [del Parkinson], lo que provee una ventana de oportunidad crítica para potencialmente ralentizar el proceso de la enfermedad antes de que aparezcan síntomas clínicos", señalaron en un comunicado de prensa de la revista el Dr. Samuel Goldman y colegas.


Aunque este estudio se enfocó en la exposición relacionada con el trabajo, los disolventes son comunes en la tierra, el agua subterránea y el aire en Estados Unidos. Por ejemplo, se detecta TCE en hasta el 30 por ciento de las fuentes de agua potable del país, según los investigadores.


"Nuestro estudio confirma que los contaminantes ambientales comunes podrían aumentar el riesgo de desarrollar [Parkinson], lo que tiene considerables implicaciones de salud pública", explicaron Goldman y colegas.



Los tres disolventes relacionados con el Parkinson se usan ampliamente en todo el mundo, y el TCE es un agente común en pinturas, pegamentos, limpiadores de alfombras y soluciones de lavado en seco. En EE. UU., se liberan millones de libras de TCE al medioambiente cada año.


Artículo por HealthDay, traducido por Hispanicare
FUENTE: Annals of Neurology, news release, Nov. 10, 2011

domingo, 13 de noviembre de 2011

*/ cuento / LA ALMOHADA MARAVILLOSA /

Cierto día una anciano sacerdote se detuvo en una posada situada a un lado de la carretera. Una vez en ella extendió su esterilla y se sentó poniendo a su lado las alforjas que llevaba.

Poco después llegó también a la posada un muchacho joven de la vecindad. Era labrador y llevaba un traje corto, no una túnica, como los sacerdotes o los hombres entregados al estudio.

Se sentó a corta distancia del sacerdote y a los pocos instantes estaban los dos charlando y riéndose alegremente.

De vez en cuando el joven dirigía una mirada a su pobre traje y, al fin, dando un suspiro, exclamó:
-¡Mirad cuán miserable soy!

-Sin embargo – contestó el sacerdote –, me parece que eres un muchacho sano y bien alimentado. ¿Por qué, en medio de nuestra agradable charla, te quejas de ser un pobre miserable?


-Como ya podéis imaginaros –contesto el muchacho –, en mi vida no puedo hallar muchos placeres, pues trabajo todos los días desde que sale el sol hasta que ha anochecido. En cambio, me gustaría ser un gran general y ganar batallas, o bien un hombre rico, comer y beber magníficamente, escuchar buena música o, quizá, ser un gran hombre en la corte y ayudar a nuestro soberano, sin olvidar, naturalmente, a mi familia que así gozaría de prosperidad. A cualquiera de estas cosas llamo yo vivir digna y agradablemente. Quiero progresar en el mundo, pero aquí no soy más que un pobre labrador. Y, si mi vida no os parece miserable, ya me diréis qué concepto os merece.

Nada le contestó el sacerdote y la conversación cesó entre ambos. Luego el joven comenzó a sentir sueño y, en tanto que el posadero preparaba un plato de gachas de mijo, el sacerdote tomó una almohada que llevaba en sus alforjas y le dijo al joven:

-Apoya la cabeza en esta almohada y verás satisfechos todos tus deseos.


Aquella almohada era de porcelana, redonda como un tubo y abierta por cada uno de sus dos extremos. En cuanto el joven hubo acercado su cabeza a ella, empezó a soñar: una de las aberturas le pareció tan grande y brillante por su parte inferior, que se metió por allí, y en breve, se vio en su propia casa.

Transcurrió algún tiempo y el joven se casó con una hermosa doncella. No tardó en ganar cada día más dinero, de modo que podía darse el placer de llevar hermosos trajes y de pasar largas horas estudiando. Al año siguiente se examinó y lo nombraron magistrado.

Dos o tres años más tarde y siempre progresando en su carrera, alcanzó el cargo de primer ministro del Rey. Durante mucho tiempo el monarca depositó en él toda su confianza, pero un día aciago se vio en una situación desagradable, pues lo acusaron de traición, lo juzgaron y fue condenado a muerte. En compañía de otros varios criminales lo llevaron al lugar fijado para la ejecución. Allí le hicieron arrodillarse y el verdugo se acercó a él para darle muerte.

De pronto, aterrado por el golpe mortal que esperaba, abrió los ojos y, con gran sombro por su parte, se encontró en la posada. El sacerdote estaba a su lado, con la cabeza apoyada en la alforja, y el posadero aún estaba removiendo las gachas cuya cocción aún no había terminado.


El joven guardó silencio, comió sin pronunciar una palabra y luego se puso en pie, hizo una reverencia al sacerdote y le dijo:


-Os doy muchas gracias por la lección que me habéis dado. Ahora ya sé lo que significa ser un gran hombre.


Y dicho esto, se despidió y, satisfecho, volvió a su trabajo, que ya no le parecía tan miserable como antes.


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Este relato es un cuento apólogo-popular coreano
ilustración: Bodhidharma (1887), de Blockdruck Von Tsukioka Yoshitoshi (1839-1892).
fuente:
http://www.narrativabreve.com