miércoles, 30 de noviembre de 2011

* Las "GUERRAS CLIMÁTICAS" De Harald Welzer

“Tenemos una responsabilidad ineludible: desarrollar otra manera de vivir”



“La violencia en este siglo tiene mucho futuro”, escribe Harald Welzer en Guerras climáticas. Por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI (Katz). Nacido en Hannover en 1958, estudió sociología, psicología y literatura; actualmente dirige el Center for Interdisciplinary Memory Research, en Essen, y es profesor investigador en la Universidad de Witten-Herdecke.




En su libro Welzer ha sabido combinar sus distintos saberes para hacer un lúcido diagnóstico de la peligrosa deriva hacia la que el mundo se dirige: “Este siglo será testigo no solo de migraciones masivas, sino de la resolución violenta de problemas de refugiados, no solo de tensiones en torno a los derechos de agua y de extracción, sino de guerras por los recursos”.



Los subrayados son del propio Welzer, que apunta así a unos fenómenos que, en los últimos meses, han vuelto a instalarse en las primeras páginas de los diarios. Ya sea por catástrofes naturales, como el terremoto en Japón, o por iniciativas de las propias sociedades, como las revueltas en el mundo árabe, las grandes masas de seres humanos desamparados se imponen como una marca trágica de nuestro presente. “Una de las características principales de la violencia tal como la ejerce Occidente consiste en su esfuerzo por delegarla lo más lejos posible”, apunta Welzer en su libro. Lo que ha cambiado hoy es, sin embargo, eso: ya no hay afuera, vivimos en un mundo globalizado.



En Guerras climáticas, Harald Welzer consigue entretejer distintas reflexiones teóricas con bruscas irrupciones de la realidad. Su punto de partida es mostrar cómo los problemas exigen soluciones solo cuando se perciben como amenazas. Y es que cuando se trata del cambio climático lo que ocurre es que, de manera general, solo se concibe como un asunto secundario, lejano; algo que todavía no resulta verdaderamente problemático. Welzer evita cargar las tintas, tampoco es amigo de establecer fáciles y cómodas relaciones causales. Lo suyo ha sido levantar un ambicioso mapa de la complejidad en la que vivimos. Las vallas que se levantaron en Ceuta y Melilla, la larga línea de la frontera entre Estados Unidos y México vigilada con instrumentos de alta tecnología, las sequías catastróficas que ha sufrido Sudán entre 1967 y 1973 y entre 1980 y 2000, los 850 millones de personas que sufren desnutrición en el mundo… Las marcas de violencia real o potencial forman parte del paisaje de fondo sobre el que construye su discurso. “En las próximas décadas muchas sociedades entrarán en un colapso determinado por el clima”, afirma de manera rotunda, pero también subraya que “nadie cree realmente que eso vaya a suceder”. Esa ceguera ante, por así decirlo, un inminente apocalipsis se produce, según Welzer, por “la complejidad de las cadenas de acciones modernas” y por la “inimputabilidad de las consecuencias de esas acciones”.


Todo camina hacia el desastre, pero nadie se siente concernido, responsable de ese desastre. Y es que, seguramente, y tal como explica este brillante pensador alemán, cuando nos referimos a asuntos relacionados con el clima tratamos de asuntos peculiares: “Se responsabiliza a una persona que en el año 2007 tiene 40 años de un problema cuya causa se ubica cronológicamente antes de su nacimiento y cuya solución se localiza después de su muerte, por lo cual esa persona no puede tener una influencia directa ni sobre lo que causó el problema ni sobre su solución”.

Así están las cosas, pues. Y con ese panorama como referencia, y con la compleja trama de causas heredadas y conflictos por venir, tuvo lugar en Madrid esta conversación con Harald Welzer, un pensador atípico y radical, que sabe que las cosas se están embarullando cada vez más pero que también sabe que hay respuestas posibles. “Fuimos los occidentales los que inventamos este modelo –dice–. Nos toca a nosotros desmontarlo”.




Aunque pueda resultar una aproximación muy general y borrosa, me gustaría que empezara definiendo a grandes rasgos lo que está pasando.



El modelo de sociedad en el que vivimos desde hace casi doscientos años ya no funciona, está a punto de caducar. Es verdad que la crisis no se manifiesta con toda crudeza en los países europeos y Estados Unidos, que fueron los que desarrollaron el modelo económico y social que conocemos gracias a la explotación de otras áreas del mundo, directamente durante la época colonial y, más adelante, utilizando mecanismos indirectos. Con la globalización, sin embargo, no hay un espacio exterior que pueda sostener el crecimiento de la otra parte del mundo, no hay ya otros lugares que puedan explotarse. El cambio climático muestra que las cosas están alcanzando el límite: a este modelo, creo yo, le quedan veinte años.


Guerras climáticas empieza con una cita de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, donde se muestra al desnudo la crueldad de la colonización. ¿Es necesario volver a mirar aquel proceso para entender lo que está pasando?


A finales del siglo XIX y a principios del XX se produjeron los últimos procesos de colonización y conviene no olvidar que las democracias occidentales que hoy celebramos por sus márgenes de tolerancia y libertad se apoyan en realidad en una historia de exclusión, limpieza étnica y genocidio. Ya entrado el pasado siglo los procedimientos fueron cambiando y se ensayaron nuevas formas de dominación indirectas, a través de la economía, la posición geopolítica, el control de las infraestructuras, la influencia sobre los poderes locales… La explotación directa produjo violencia directa. Después los mecanismos de violencia se fueron camuflando y el poder se ejerció desde lejos. Las potencias explotadoras sacaron unas ventajas incomparables de esta situación. Sin los recursos que obtuvieron a través de esas rapiñas permanentes, e impunes, jamás hubieran podido avanzar tanto en educación, en el desarrollo intelectual de sus gentes, en la construcción de sus modélicas infraestructuras… Occidente goza, en ese sentido, de una gran ventaja en relación al resto del mundo.


Su libro comienza recurriendo a la imagen de un barco que, en su día, sirvió para el comercio de esclavos y que ha quedado varado en medio del desierto, a un par de centenares de metros de la costa de la actual Namibia. El nombre del barco es Eduard Bohlen y resume, de alguna manera, esa historia de ignominia. Los colonizadores no solo se llevaron a los esclavos: para derrotar a las tribus locales, asesinaron a mujeres y niños, dejaron morir de sed a poblaciones enteras, crearon campos de trabajos forzados...


No tiene sentido ampliar ahora esa metáfora. Me sirvió para mostrar de manera gráfica cómo nuestro mundo está hundido en la arena. Nuestro modelo de sociedad no tiene más de doscientos años, y en ellos ha alcanzado unas cotas de desarrollo como nunca se habían visto. Por eso miramos hacia atrás con una actitud compasiva hacia todas esas culturas y civilizaciones que no consiguieron sobrevivir. Lo que se nos olvida es que muchas de ellas duraron siglos. A nosotros nos han bastado doscientos años para estar hundidos.


Un barco que a principios del siglo XX encalló frente a las costas de lo que entonces era el África del Sudoeste alemana, y que hoy está semienterrado, le permite a Harald Welzer dar una imagen precisa de nuestra situación. El mundo, tal como lo entendemos, se está yendo a pique. El cambio climático es la llave para entender sus desafíos. “La humanidad no es un actor, sino una abstracción”, escribe el pensador alemán en Guerras climáticas, y añade: “Lo que existe en la realidad son sujetos que pueden contarse por miles de millones…”. Y son, por tanto, esos sujetos los que han de asumir los problemas heredados. El viejo recurso a las grandes palabras ha dejado de funcionar: si no hay respuestas concretas de los ciudadanos ante los nuevos problemas, la salida es cada vez más incierta.


La gran cuestión que Welzer plantea, en cualquier caso, es si somos conscientes de lo que sucede. Para hacerlo recurre, en uno de los capítulos del libro, a contar lo que ocurrió hace ya siglos en el Imperio romano de Oriente. Hacia el año 520 d.C., Constantinopla y otras ciudades sufrieron los efectos devastadores de varios terremotos, el Éufrates se desbordó y produjo otro reguero de desgracias y, en fin, hubo graves conflictos con persas, búlgaros y sarracenos, revueltas internas e, incluso, el cometa Halley pasó por allí para desencadenar diversos temores. Pero la gente, tal como recogen los testimonios de la época, no pareció demasiado alarmada.


Veinte años después, en el 540 d.C., el Imperio volvió a sufrir distintas catástrofes. Los búlgaros y los ostrogodos machacaron sus ciudades y sembraron la destrucción, hubo otros terribles terremotos y la peste llenó las ciudades de cadáveres, provocando una mortandad hasta entonces desconocida. Esta vez, en cambio, la reacción de los lugareños fue extrema: el pánico, el miedo y la alarma estallaron de manera fulminante y dramática.


¿Qué había pasado para que se produjera un cambio tan drástico, esa manera tan distinta de percibir y enfrentarse a las cosas? Cuenta Welzer, siguiendo a Mischa Meier, el gran historiador de la Antigüedad, que la respuesta es “insólita pero plausible”, y es que, hacia el año 500 d. C., la gente esperaba el fin del mundo y estaba preparada para lidiar con los efectos del Apocalipsis. Unos años más tarde, en cambio, las desgracias no parecían responder a causa alguna, no se contaba con ellas, irrumpieron sin haber presentado antes sus credenciales de destrucción. Escribe Welzer: “Las catástrofes no son simplemente sucesos dados, sino que depende precisamente de la impresión y la interpretación de los afectados el que se transformen en amenazas, o no”. Pasa también ahora, y pasa con un fenómeno como el cambio climático. De la manera de percibirlo e interpretarlo depende que se lo considere una amenaza. Esa amenaza que todo el mundo debería tomarse muy en serio.


Frente a los efectos de los cambios provocados por las emisiones constantes de gases de efecto invernadero, ¿hay muchas perspectivas de salida?


El cambio climático está modificando radicalmente nuestro mundo, y es inevitable que las poblaciones reaccionen ante estas transformaciones. Por pura necesidad de supervivencia. En ese contexto, recurrir a la violencia no puede ser la única opción. Hay otras alternativas: si son conscientes de su situación privilegiada, las sociedades occidentales pueden buscar otras formas de enfrentarse a estos problemas. Cuando cambian las circunstancias, no todo tiene que ser necesariamente negativo. Esos cambios pueden abrir nuevas perspectivas, pueden explorarse otras posibilidades. El hielo se derrite en el Ártico. Es evidentemente un problema, pero al mismo tiempo nos permite acceder a recursos antes inaccesibles o explorar rutas hasta ahora desconocidas. Es verdad, sin embargo, que se abre la competencia por apropiarse de los nuevos recursos y eso puede convertirse a su vez en una nueva fuente de conflictos.


Son muchas, y variadas, las causas que se encuentran detrás de los distintos conflictos que se están produciendo en este momento en el mundo. Llama la atención que, por primera vez, la ONU haya bautizado una de estas guerras como guerra climática.


Los problemas en Darfur proceden del cambio climático: la falta de lluvias provoca escasez de agua y las sequías terminan por devastar el suelo. No hay materialmente sitio para que pasten los ganados o para que los campesinos siembren sus cosechas. Así, los que se enfrentan en esa terrible guerra están peleando, en realidad, por recursos básicos. Por eso la ONU ha hablado de guerra climática. Conviene ser muy conscientes de que no siempre sirven para interpretar los conflictos, de hoy y del pasado, los elementos ideológicos, los étnicos, las estrategias políticas. Las cosas se analizan muchas veces cuando ya han dado un viraje y por eso la guerra de Darfur se explica en función de conflictos étnicos cuando lo que hay detrás es más relevante y se trata, simplemente, de una vieja disputa por recursos que son escasos. Lo mismo ocurre en el Congo, o en Oriente Medio si se tienen en cuenta los recursos fósiles, y seguramente también en América Latina.
En un libro que se centra en los conflictos que pueden derivar del cambio climático es fácil prever que en él se traten y se interpreten datos que tienen que ver con las modificaciones del medio ambiente, con el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero, con las toneladas de dióxido de carbono que soporta la atmósfera. Lo que sorprende en el fascinante ensayo de Harald Welzer es encontrar también los latidos de los seres humanos. Sobre todo esos latidos que golpean cada vez con mayor fuerza y que, de pronto, desencadenan el horror. No han pasado ni siquiera cincuenta páginas y en Guerras climáticas ya ha aparecido Heinrich Himmler, el jerarca nazi, con su discurso de Posen, donde dijo el 4 de octubre de 1943: “Teníamos el derecho moral, teníamos el deber frente a nuestro pueblo de matar a ese pueblo que quería matarnos a nosotros…”.

Está hablando del holocausto y lo está justificando: está diciendo que los alemanes tuvieron que matar a los judíos porque los judíos querían matarlos a ellos. Lo que Welzer va mostrando es cómo finalmente el ser humano tolera esa brutal violencia, cómo la justifican sus perpetradores, cómo terminan diluyéndola en una responsabilidad lejana que sostiene sus argumentos en el trabajo doloroso que no se tiene más remedio que hacer. El ensayista alemán escribe al respecto: “Pero fue precisamente el sentirse seres humanos que sufrían por la tarea que creían tener que cumplir lo que les permitió conciliar la imagen moral de sí mismos de ‘buen tipo’ con la crueldad de su trabajo”.


Welzer se ocupa de las brutalidades de los nazis, pero también analiza otras situaciones de extrema violencia, donde los que se vieron empujados a cometer crímenes horribles se justifican recurriendo a una interpretación distorsionada de la realidad. Así, por ejemplo, la matanza de My Lai, en Vietnam, donde los estadounidenses asesinaron a una población de ancianos, mujeres y niños. Cuando después les preguntaron en los interrogatorios por qué dispararon a niños y bebés, alguno contestó que temían ser atacados. “¿Y podrían haber atacado? ¿Niños y bebés?”, indagó el magistrado. Y el soldado contestó: “Podrían haber tenido granadas de mano. Las mujeres podrían haberlos arrojado hacia nosotros”.


“Una visión absolutamente irracional de la realidad”, asegura Welzer, quien habla de la “desorientación” de los estadounidenses en las selvas de Vietnam, de “una pérdida de control extrema”. Y así va avanzando en su libro, donde trata con todo detalle uno de los genocidios más recientes, el que se produjo en Ruanda entre abril y junio de 1994 y donde los hutus asesinaron, casi siempre con machetes, a entre 500.000 y 800.000 personas, la mayoría de ellos tutsis.


En su libro analiza distintas matanzas, y se pregunta cómo es posible que aquellos que habían convivido como vecinos sean capaces de matarse unos a otros. El caso de Ruanda es particularmente gráfico.


En la brutal matanza que los hutus perpetraron contra los tutsis pudo haber un trasfondo de escasez: de nuevo el problema de los recursos. Y es que cuando hay una tensión latente basta cualquier excusa para desatar una carnicería. Ocurre en todas partes. Si hay piratería ahora en Somalia no creo que el fenómeno tenga que ver con el afán de los jóvenes de la zona por emular a Johnny Depp. No es que haya triunfado Piratas del Caribe: lo que hay es miseria, y deriva de la sobreexplotación de los recursos pesqueros. Si ya no puedo vivir de la pesca, es más fácil que me dedique a asaltar los barcos que pasan por allí.


Si la violencia no siempre es la respuesta a los problemas de escasez, ¿por qué hay lugares y situaciones en las que emerge lo peor del ser humano?


Esa amenaza siempre está ahí, por alto que sea el nivel de vida que se haya alcanzado. Y se llegan a hacer cosas que nadie hubiera imaginado ser capaz de hacer. La Alemania de 1933 era un país muy desarrollado, con un nivel educativo muy alto. Si entonces se hubiera preguntado a sus habitantes acerca de lo que ocurrió después, la respuesta al despliegue de la violencia programada y devastadora que puso en marcha el Tercer Reich hubiera sido “no”; que jamás sucedería tal cosa, que era inconcebible. Pero ahí están los campos de concentración y los millones de muertos. Cuando se pone en marcha un genocidio, al poder que agita las matanzas no le resulta difícil reclutar voluntarios: hubo miles de hutus dispuestos a asesinar a machetazos a sus vecinos tutsis. El caso más cercano es el yugoslavo. Las inestabilidades sociales generan un enorme potencial para desencadenar los cambios más imprevisibles. Y, a veces, estos se producen.


En su libro sostiene que esos cambios imprevisibles van a producirse en distintos lugares a causa de fenómenos que tendrán que ver, de una manera u otra, con el cambio climático. ¿Luchar contra ese problema es, entonces, el desafío más importante en este momento?


No solo hay que hablar de cambio climático. Están las emisiones de dióxido de carbono, pero está también todo lo demás: la sobreexplotación de recursos que termina por acabar con la pesca, con la biodiversidad, con el suelo… Lo que no sirve ya es el modelo de sociedad. Y si fuimos nosotros los que lo creamos, nos toca a nosotros desmontarlo. A cada uno de nosotros. Hace falta cambiar de enfoque, desarrollar otra manera de vivir, otra economía, otra manera de mirarnos. Es una responsabilidad ineludible. Mientras vivamos en un mundo que se sostiene en la explotación de los recursos que están fuera de nuestras fronteras, a la manera colonial, estamos explotando el futuro de otros. Un futuro que, en un mundo cada vez más global, es también nuestro futuro.



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Harald Welzer. Nacido en Bissendorf, Alemania, 1958. Estudio sociología, ciencia política y literatura en la Universidad de Hannover, donde se graduó como sociólogo y psicólogo social. Actualmente es director del Center for Interdisciplinary Memory Research en Essen y profesor investigador en psicología social de la Universidad de Witten-Herdecke. En agosto de 2007, la revista Der Spiegel publicó una colección sobre científicos destacados en la que lo presentó ante el gran público como un "productivo pensador transversal". Sus principales áreas de investigación son los estudios sobre la memoria y el recuerdo, los modos de transmisión entre generaciones, la perspectiva psicológica sobre el Holocausto y los estudios sobre la violencia social.


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Fuente: Texto José Andrés Rojo



http://www.barcelonametropolis.cat/es/

* / galería / "ColombiAgua"

Ya son 108 los muertos en Colombia por los deslizamientos desde septiembre


Bogotá, 29 nov (EFE).- La cifra de muertos por deslizamientos de tierra
producidos por las lluvias que afectan a Colombia desde el 1 de septiembre
subió hoy a 108 con el fallecimiento de cuatro personas más, confirmó a Efe el
director de Socorro Nacional de la Cruz Roja, César Ureña.


Inundación en Yotoco


Invernaderos anegados


Desplazamiento invernal



"ChíAgua"



Agua en La Virginia-Risaralda



Mudanza en La Virginia



Vías en el fango



Transporte "pluvial"



Chía inundada



Chía bajo el agua



Agua y policía



El gobernador sin señal


*/ Harald Walzer y El Conflicto Climático Mundial

“Como resultado del modelo occidental de explotación del medio ambiente, los recursos
naturales se agotan cada vez más en numerosas regiones del mundo. Así cada vez mayor cantidad de personas dispondrán de
menores recursos para su sobrevivencia. El resultado: conflictos violentos
opondrán a todos aquellos que pretendan obtener alimentos de un mismo espacio
geográfico o beber de las mismas fuentes de agua. Dentro de poco, la distinción entre refugiados que huyen de las guerras y refugiados que huyen de su medio ambiente, entre refugiados políticos y refugiados climáticos no tendrá más valor, puesto que se multiplicarán nuevas guerras provocadas por la degradación del medio ambiente.”


-Harald Welzer en “Guerras Climáticas

miércoles, 23 de noviembre de 2011

*/ La Tierra Prometida...Para Compradores Extranjeros / Daniel Samper Pizano

China niega que esté comprando tierras, pero todos los informes dicen que sí.


El país ya entró alegremente en el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, que nos va a costar sangre, sudor y pollos. Ahora tiene que abrir los ojos ante una nueva amenaza: las empresas y gobiernos extranjeros que andan negociando tierras por el mundo.
La cosa es muy sencilla. Hace poco el planeta alcanzó 7.000 millones de habitantes. En 1995 padecían hambre y miseria 830 millones; ahora las sufren 1.000 millones. En el 2050 habrá 9.000 terrícolas y para alimentarlos será
preciso aumentar en 50 por ciento la actual producción de cereales y duplicar la de carne.
Buena parte de la población se asienta en pocos países: China, India, Rusia, Estados Unidos, Brasil... El problema es que la tierra productiva no está distribuida según las necesidades, por lo que algunas de estas naciones buscan buenas áreas agrícolas en países que las tienen, como algunos del África... y Colombia. Este es un nuevo desafío: impedir que las potencias demográficas adquieran en patio ajeno vastas extensiones para cultivar lo que les conviene, cosechar el producto y llevarlo para que coman sus pobladores.

La operación, por supuesto, se disfraza con palabras bonitas: "transferencia tecnológica", "creación de empleo", "multiplicación de riqueza", "el tren de la agricultura"... Usando léxico parecido, una empresa suiza convenció a Sierra Leona (paupérrimo país africano) de que le alquilara durante 50 años 40.000 hectáreas para producir biocombustibles. Prometía 2.000 nuevos puestos y aportes tecnológicos. Bastaron tres años para arrojar un balance lamentable: a cambio de escasos 50 empleos agrícolas, la empresa había destruido el equilibro hidrológico que procuraba arroz a toda la zona.

Basado en esta y otras experiencias, The Economist señaló (7 de mayo del 2011):
"Cuando se plantean negocios de tierras, al país receptor le ofrecen empleo, tecnologías nuevas, mejores estructuras y recaudos adicionales de impuestos. Ninguna de estas promesas se cumple".

A conclusiones aún más severas llega el informe que dio a conocer en septiembre
la fundación internacional científica Oxfam:
"La actual compra masiva de tierra está sumiendo a miles de personas en mayor pobreza"... La demanda "obedece al interés por producir comida para personas de otros continentes, por cumplir con los perjudiciales objetivos de combustibles o por especular con la tierra". Oxfam ofrece ejemplos. Uno de ellos es Uganda, donde la maderera británica New Forests compró bosques para explotar a expensas de miles de campesinos a los que "desalojaron a la fuerza y abandonaron en la más absoluta miseria".

Olvídense, si quieren, de Sierra Leona y Uganda: Colombia está en la mira. El
15 de mayo, Alfredo Molano informó en El Espectador que, autorizada por el
anterior gobierno, una firma canadiense está talando y exportando a la China 5
millones de metros cúbicos de maderas finas en las selvas del Chocó. A su
turno, los congresistas Wilson Arias y Hernando Hernández denunciaron el año
pasado que China y Brasil quieren adquirir tierras en Colombia y que en la
Orinoquia se adecuan terrenos para entregarlos a empresas extranjeras. "El
modelo Carimagua",
apuntan, en referencia a aquel que quiso imponer en un
predio llanero el ex ministro Andrés Felipe Arias: la tierra para los ricos.

China niega que esté comprando tierras, pero todos los informes dicen que sí.
Necesita producir comida para 1.300 millones de personas y solo podrá hacerlo
si expande su territorio agrícola a otros países. En cuanto a Brasil, su
poderosa industria agropecuaria está destruyendo la selva amazónica, y ahora
presiona una ley que corona al tractor como rey de la naturaleza.

Aunque otra ley blinda al país contra terratenientes internacionales, muchas
compañías brasileñas miran hacia Colombia como un potrero vecino, barato y
desprotegido.

Mucho cuidado, pues, con los redentores que se disfrazan de inversionistas en
tierras. Esos quieren montar en Colombia enclaves agrícolas neocoloniales.


19 de Noviembre del 2011

*/ galería /Los FRUTaNIMALES de Rob Foote



jueves, 17 de noviembre de 2011

*/ Disolventes Tòxicos En Relaciòn Con El Mal De Parkinson

Los trabajos y pasatiempos de toda la vida en que se empleaban estos compuestos químicos aumentaban el riesgo, según un estudio


La exposición al disolvente industrial tricloroetileno (TCE) parece aumentar mucho el riesgo de enfermedad de Parkinson, y la exposición a otros dos disolventes también aumenta las probabilidades de desarrollar el trastorno neurodegenerativo, indica un estudio reciente.

Hasta 500,000 personas tienen enfermedad de Parkinson en EE. UU., y cada año en el país se diagnostican más de 50,000 nuevos casos. Algunas investigaciones sugieren que factores genéticos y ambientales podrían desencadenar el Parkinson, y varios estudios han reportado que la exposición a los disolventes podría aumentar el riesgo.

En este nuevo estudio, investigadores de EE. UU. entrevistaron a 99 pares de gemelos mayores sobre sus ocupaciones y pasatiempos de toda la vida. La exposición al TCE se asoció con un aumento de seis veces en el riesgo de enfermedad de Parkinson. La exposición al percloroetileno (PERC) y al tetracloruro de carbono (CC14) también se asoció con un aumento en el riesgo.


El estudio fue liderado por investigadores del Instituto de Parkinson de Sunnyvale, California, y aparece en la edición del 14 de noviembre de la revista Annals of Neurology.


"Nuestros hallazgos, además de informes de caso anteriores, sugieren una brecha de hasta 40 años entre la exposición al TCE y el inicio [del Parkinson], lo que provee una ventana de oportunidad crítica para potencialmente ralentizar el proceso de la enfermedad antes de que aparezcan síntomas clínicos", señalaron en un comunicado de prensa de la revista el Dr. Samuel Goldman y colegas.


Aunque este estudio se enfocó en la exposición relacionada con el trabajo, los disolventes son comunes en la tierra, el agua subterránea y el aire en Estados Unidos. Por ejemplo, se detecta TCE en hasta el 30 por ciento de las fuentes de agua potable del país, según los investigadores.


"Nuestro estudio confirma que los contaminantes ambientales comunes podrían aumentar el riesgo de desarrollar [Parkinson], lo que tiene considerables implicaciones de salud pública", explicaron Goldman y colegas.



Los tres disolventes relacionados con el Parkinson se usan ampliamente en todo el mundo, y el TCE es un agente común en pinturas, pegamentos, limpiadores de alfombras y soluciones de lavado en seco. En EE. UU., se liberan millones de libras de TCE al medioambiente cada año.


Artículo por HealthDay, traducido por Hispanicare
FUENTE: Annals of Neurology, news release, Nov. 10, 2011

domingo, 13 de noviembre de 2011

*/ cuento / LA ALMOHADA MARAVILLOSA /

Cierto día una anciano sacerdote se detuvo en una posada situada a un lado de la carretera. Una vez en ella extendió su esterilla y se sentó poniendo a su lado las alforjas que llevaba.

Poco después llegó también a la posada un muchacho joven de la vecindad. Era labrador y llevaba un traje corto, no una túnica, como los sacerdotes o los hombres entregados al estudio.

Se sentó a corta distancia del sacerdote y a los pocos instantes estaban los dos charlando y riéndose alegremente.

De vez en cuando el joven dirigía una mirada a su pobre traje y, al fin, dando un suspiro, exclamó:
-¡Mirad cuán miserable soy!

-Sin embargo – contestó el sacerdote –, me parece que eres un muchacho sano y bien alimentado. ¿Por qué, en medio de nuestra agradable charla, te quejas de ser un pobre miserable?


-Como ya podéis imaginaros –contesto el muchacho –, en mi vida no puedo hallar muchos placeres, pues trabajo todos los días desde que sale el sol hasta que ha anochecido. En cambio, me gustaría ser un gran general y ganar batallas, o bien un hombre rico, comer y beber magníficamente, escuchar buena música o, quizá, ser un gran hombre en la corte y ayudar a nuestro soberano, sin olvidar, naturalmente, a mi familia que así gozaría de prosperidad. A cualquiera de estas cosas llamo yo vivir digna y agradablemente. Quiero progresar en el mundo, pero aquí no soy más que un pobre labrador. Y, si mi vida no os parece miserable, ya me diréis qué concepto os merece.

Nada le contestó el sacerdote y la conversación cesó entre ambos. Luego el joven comenzó a sentir sueño y, en tanto que el posadero preparaba un plato de gachas de mijo, el sacerdote tomó una almohada que llevaba en sus alforjas y le dijo al joven:

-Apoya la cabeza en esta almohada y verás satisfechos todos tus deseos.


Aquella almohada era de porcelana, redonda como un tubo y abierta por cada uno de sus dos extremos. En cuanto el joven hubo acercado su cabeza a ella, empezó a soñar: una de las aberturas le pareció tan grande y brillante por su parte inferior, que se metió por allí, y en breve, se vio en su propia casa.

Transcurrió algún tiempo y el joven se casó con una hermosa doncella. No tardó en ganar cada día más dinero, de modo que podía darse el placer de llevar hermosos trajes y de pasar largas horas estudiando. Al año siguiente se examinó y lo nombraron magistrado.

Dos o tres años más tarde y siempre progresando en su carrera, alcanzó el cargo de primer ministro del Rey. Durante mucho tiempo el monarca depositó en él toda su confianza, pero un día aciago se vio en una situación desagradable, pues lo acusaron de traición, lo juzgaron y fue condenado a muerte. En compañía de otros varios criminales lo llevaron al lugar fijado para la ejecución. Allí le hicieron arrodillarse y el verdugo se acercó a él para darle muerte.

De pronto, aterrado por el golpe mortal que esperaba, abrió los ojos y, con gran sombro por su parte, se encontró en la posada. El sacerdote estaba a su lado, con la cabeza apoyada en la alforja, y el posadero aún estaba removiendo las gachas cuya cocción aún no había terminado.


El joven guardó silencio, comió sin pronunciar una palabra y luego se puso en pie, hizo una reverencia al sacerdote y le dijo:


-Os doy muchas gracias por la lección que me habéis dado. Ahora ya sé lo que significa ser un gran hombre.


Y dicho esto, se despidió y, satisfecho, volvió a su trabajo, que ya no le parecía tan miserable como antes.


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Este relato es un cuento apólogo-popular coreano
ilustración: Bodhidharma (1887), de Blockdruck Von Tsukioka Yoshitoshi (1839-1892).
fuente:
http://www.narrativabreve.com




miércoles, 2 de noviembre de 2011

Leonard Cohen y Su Discurso En Los Premios Príncipe de Asturias


"Todo empezó en esta tierra "
LEONARD COHEN

22/10/2011

Discurso pronunciado por Leonard Cohen

en la entrega de los
premios Príncipe de Asturias.


"Es un honor estar aquí esta noche, aunque quizá, como el
gran maestro Riccardo Muti, no estoy acostumbrado a estar ante un público sin
una orquesta detrás. Haré lo que pueda como solista. Anoche no logré dormir,
pasé la noche en vela pensando en qué podía decir hoy aquí. Después de comerme
todas las chocolatinas y cacahuetes del minibar garabateé unas pocas palabras
pero dudo que haga falta referirse a ellas. Obviamente, estoy muy emocionado
por el reconocimiento de la fundación. Pero he venido esta noche a expresar
otro tipo de gratitud que espero poder contar en tres o cuatro minutos.


Cuando estaba haciendo el equipaje en Los
Ángeles me sentía inquieto porque siempre he tenido cierta ambigüedad sobre la
poesía. Viene de un lugar que nadie controla, que nadie conquista. Es decir, si
supiera de dónde vienen las canciones las haría con más frecuencia. Es difícil
aceptar un premio por una actividad que en realidad no controlo. Haciendo el equipaje para venir, cogí mi guitarra Conde, hecha en España hace 40 años más o menos. La saqué de la caja y parecía hecha de helio, muy ligera. Me la puse en la cara y la olí, está muy bien diseñada, la fragancia de la madera viva. Sabemos que
la madera nunca acaba de morir y por eso olía el cedro, tan fresco, como si
fuera el primer día, cuando compré la guitarra hace 40 años. Y una voz parecía
decirme: "Eres un hombre viejo y no has dado las gracias, no has devuelto
tu gratitud a quien la merece: el suelo, la tierra, al pueblo que te ha dado
tanto.


Porque igual que un hombre no es un DNI, una calificación de
deuda tampoco es un país. Ustedes saben de mi fuerte asociación con Federico
García Lorca y puedo decir que mientras era joven y adolescente no encontré una
voz y solo cuando leí a Lorca, en una traducción, encontré una voz que me dio
permiso para descubrir mi propia voz, para ubicar mi yo, un yo que aún no está
terminado.



Al hacerme mayor supe que las instrucciones venían con esa
voz. ¿Y qué instrucciones eran esas? Nunca lamentar. Y si queremos expresar la
derrota que nos ataca a todos tiene que ser en los confines estrictos de la
dignidad y de la belleza. Así que ya tenía una voz, pero no tenía el
instrumento para expresarla. No tenía una canción. Y ahora voy a contarles
brevemente la historia de cómo conseguí mi canción.




Yo era un guitarrista indiferente. Solo me sabía unos
cuantos acordes. Me sentaba con mis amigos, bebía y cantaba, pero nunca me vi
como un músico o un cantante. Un día, a principios de los años sesenta, estaba
de visita en casa de mi madre. Su casa estaba cerca de un parque con una pista
de tenis donde íbamos a ver jugar al baloncesto. Era un lugar que conocía de mi
infancia. Me paseé por allí y encontré a un joven tocando una guitarra
flamenca. Me encantó, estaba rodeado de algunas chicas y me senté a escucharlo,
me cautivaba, yo quería tocar así, aunque sabía que nunca lo lograría.




Me acerqué a él y nos entendimos medio en francés medio en
inglés y pactamos unas clases en casa de mi madre. Era un joven español. Al día
siguiente se presentó. Me dijo: "Déjame escucharte tocar algo". Lo
hice y declaró que no tenía ni idea. Él cogió la guitarra, la afinó, me la
devolvió y dijo: "No suena mal. Ahora tócala de nuevo". No cambió
mucho. La cogió otra vez y me dijo: "Te voy a enseñar unos acordes".
Tocó una secuencia rápida de acordes y luego me explicó dónde tenía que poner
los dedos y me dijo otra vez: "Ahora toca". Pero fue un desastre.



Al día siguiente, empezamos de nuevo con esos seis acordes.
Muchas canciones flamencas se basan en ellos. Al tercer día la cosa mejoró.
Aprendí los seis acordes. Al día siguiente el guitarrista no volvió por casa.
Dejó de venir. Como yo tenía el número de la pensión donde se alojaba fui a
buscarlo para ver que le había pasado. Allí me contaron que aquel español se
había suicidado, que se había quitado la vida. Yo no sabía nada de él, de qué
parte de España era, por qué estaba en Montreal, por qué estaba en la pista de
tenis, por qué se había quitado la vida.


Sentí una enorme tristeza. Nunca antes había
contado esto en público. Esos seis acordes, esa pauta de sonido, ha sido la
base de todas mis canciones y de toda mi música y quizá ahora puedan comenzar a
entender la magnitud del agradecimiento que tengo a este país.



Todo lo que han encontrado favorable en mi obra viene de
esta historia que les acabo de contar. Toda mi obra está inspirada por esta
tierra. Así que gracias por celebrarla porque es suya, solo me han permitido
poner mi firma al final de la última página.



El Príncipe destacó de Leonard Cohen la "fortaleza de una obra
hecha con constancia, talento y sinceridad", y añadió:
"Leer y
escuchar a Cohen es sentir la fuerza de quien escribe y canta directamente para los corazones"
. Además, destacó el sentido del humor y la
"belleza y coherencia" de la obra del canadiense, así como el respeto
que le profesan varias generaciones.


Reseña biográfica

Poeta, novelista y cantante canadiense nacido en Montreal en 1934.
A los 21 años, tras obtener la Licenciatura en Literatura Inglesa por la
Universidad McGill de Montreal, publicó su primer libro de poemas,
"Let
Us Compare Mythologies", en el que deja entrever la influencia que han
dejado en él las religiones católica y judía.
Su obra posterior incluye temas de sexo, amor, religión y política, marcando en
todas el espíritu rebelde que siempre le ha acompañado y su personalidad
depresiva. De esta época son las siguientes obras:
"Flores para
Hitler" en 1964, "La Caja de Especias de la Tierra"
en 1965, "Parásitos del Paraíso" en 1966,
"La Energía
de los Esclavos" en 1969 y sus novelas
"El Juego
Favorito" y "Los Hermosos Vencidos".
En 1990, agobiado por el inconformismo, decidió ordenarse como monje de la
religión Zen. En 1999, después de casi nueve años en el monte Baldy, abandonó
los hábitos para dedicarse de nuevo a la música y la poesía.



"Porque resulta que soy libre"-Noviembre en Leonard Cohen

Todos conspiran
para hacerme libre


Yo intenté sumarme a sus argumentos

pero había muy Pocas actitudes

y yo necesitaba bastantes

El abandonar a la muchacha adorable

no fue idea mía

pero ella se quedó dormida en la cama de alguien

Ahora más que nunca

deseo tener enemigos

Vosotros que florecéis

en el fácil mundo del amor moderno

tened cuidado conmigo

porque he desarrollado una terrible virginidad

y al encontrarse conmigo

todos aquellos que hayan sobrepasado el beso

perecerán sumidos en la vergüenza

con verrugas y pelos en las palmas de sus manos

Ya va siendo hora de que nuestros mejores hombres mueran

en el error y la iluminación

Moisés vigilando

David en su casa de sangre

Camus junto al río

Mis nuevas leyes favorecen

no el satori sino la perfección

por fin por fin

los judíos que van

demasiado lejos en el Sabbath

serán lapidados

Los católicos que blasfemen

sufrirán la electricidad aplicada

a sus genitales

Los budistas que adquieren propiedades

serán aserrados por la mitad

Los malos protestantes

tienen gobiernos

para hacerles la vida imposible

¡Ah! el universo vuelve al orden

Los nuevos rascacielos de Montreal

se chulean de los aparcamientos

como los ganadores de un concurso de higiene

una suite de encendidas ventanas aquí y allá

como una Banda de Primera Clase

otorgada como premio a una limpieza esmerada

Una muchacha que conocí

duerme en alguna cama

y de todas las cosas bonitas

que podría decir digo ésta

veo su cuerpo desconcertado

por las impresiones de las bocas

de todos los besos de todos los hombres

que ha conocido

como un piano arrabalero

anillado por años de vasos de cocktail

y mientras ella se da cuenta y tintinea

en la encantadora vieja y pecaminosa danza

yo camino bajo

la rubia lluvia de noviembre


castigándola con mi felicidad


*/ Poemas Sueltos De Leonard Cohen /




32. Hago
esta canción para ti,

Señor del Mundo,

que lo tienes todo,

menos esta canción.
95. El amor es un fuego.

Arde por todas partes.

Desfigura a todo el mundo.

Es la excusa que el mundo pone

por ser tan feo.

111. Cada hombre

tiene una manera de traicionar

a la revolución.

Ésta es la mía.








"...y mientras ella se da cuenta y tintinea

en la encantadora vieja y pecaminosa danza.

..




...yo camino bajo

la rubia lluvia de noviembre

castigándola con mi felicidad"





Qué hago aquí

No sé si el mundo ha mentido

Yo he mentido

Yo no sé si el mundo ha conspirado contra el amor

Yo he conspirado contra el amor

El clima de tortura no constituye ningún consuelo

Yo he torturado

Aunque no hubiera existido la nube en forma de hongo

habría odiado

Escuchadme

Yo habría hecho las mismas cosas

aunque no existiera la muerte

Me niego a que se me sujete como a un borracho

bajo el frío grifo de los hechos

Yo rechazo la coartada universal

Como un ninfomaníaco que ata a un millar

en una extraña hermandad

Yo espero

a que cada uno de vosotros confiese

Fuente: Imágenes Google