miércoles, 20 de agosto de 2008

*/ héctor jaime carvajal

Dibujo de Santiago Mansilla

URBANIDADES

Todos los domingos se apresuraban raudos hacia el lunes y su apresuramiento conmovía profundamente la ciudad y todos padecían el dilema de desear que pronto acabara o que de nuevo sea viernes en la noche por toda la eternidad. Torpemente trato de comprender lo pesado y lo complicado de llevar siempre la concha a cuestas a la oficina, al transporte público, al supermercado y viciosamente para culminar al nido o a la madriguera si se quiere, en donde esperan fantasmas abismales, carne de nuestra propia hechura, paridos y amamantados con mucho esmero para que luego al cuchichear al pie de nuestro propio camastro, no dejen dormir y mucho menos descansar.

Al día siguiente, con los monstruos bien dormidos por nuestro pésimo descanso, podamos acomodarlos en la mochila, el portafolios, la lonchera y los bolsillos que se articulan directamente a cada ventrículo; porque "que pesar dejarlos solitos en casa".
El pesar claro está, es más por nosotros que por ellos, es que les preferimos a la soledad, a la constante y falsa sensación de abandono, la misma que como hormigón se impone hacia las alturas y siempre amenaza con dejarlos caer como en un intrincado juego prometeico en donde la única regla clara e inamovible es que la concha es el universo y el hombre la pelota por excelencia.
II
Olvidadas las joyas nupciales en cualquier abismo, nos dedicamos a aprender rechazos y fuimos ávidos discípulos de la discordia profunda de un silencio entre dos.

Recogimos los pasos como borrando las evidencias de un crimen, tan aplicadamente, que no discernimos quien es la víctima o cual de los dos es el fantasma.

El brasero está apagado y las cenizas para siempre dispersas; entonces, qué clase de hoguera calcinante, de homo eféstico es el recuerdo? Entonces quienes somos al fin y al cabo? Ángeles que olvidaron volar o terrestres que no quieren caminos….

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